La valentía es la fortaleza mental o moral para afrontar el peligro, el miedo o la dificultad. Dios siempre anima a Su pueblo a ser valiente puesto que Él está con él (Isaías 41:13 Porque yo, Jehová, soy tu Dios, quien te sostiene de la mano derecha y te dice: No temas, yo te ayudaré). El mandato para que seamos valientes y aguerridos por lo general iba acompañado de una instrucción que parecía imposible, lo cual indica que Dios sabe lo frágiles que a menudo nos sentimos cuando el desafío es grande.
Por naturaleza, algunas personas asumen riesgos. La valentía les resulta fácil la mayor parte del tiempo, aunque incluso los valientes tienen áreas que les hacen sentirse indefensos. En cambio, otros tiemblan ante la más mínima amenaza. Las Escrituras nos ordenan no temer (Isaías 41:10 No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.), por eso nos da razones para ser valientes. Podemos recordar estas razones cada vez que tengamos que enfrentar una situación con valentía:
1. Dios está con nosotros. En Josué 1:1-9, Dios nos da la primera razón para ser valientes. Había elegido a Josué como sucesor de Moisés, y la tarea era intimidante. Sería Josué, y no Moisés, quien conduciría a los israelitas a la Tierra Prometida y expulsaría a sus habitantes paganos. Tres veces en este pasaje el Señor le ordena a Josué que “sea fuerte y valiente”. Dios conocía los desafíos a los que se enfrentaría Josué y la temible apariencia del enemigo. Pero como el Señor iría con los hijos de Israel, Josué podía avanzar con confianza. No estaba solo. El pueblo no tendría que librar una batalla arrolladora por su cuenta. Dios lucharía por ellos (Éxodo 14:14; Deuteronomio 1:30).
2. Experiencias pasadas. David, cuando era un joven pastor (1 Samuel 17:12-15), es un ejemplo de valentía por su experiencia con el Señor. Se ofreció voluntariamente para enfrentarse al gigante Goliat porque había visto que el Señor lo había librado antes. Su respuesta al incrédulo rey Saúl fue: “El Señor, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo” (1 Samuel 17:37). David se enfrentó con valentía al desafiante gigante, confiando en que, por estar confiado en la fortaleza del Señor, saldría victorioso. Respondió al desafío de Goliat con estas valientes palabras: “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre del Señor de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. El Señor te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que el Señor no salva con espada y con lanza; porque del Señor es la batalla, y él os entregará en nuestras manos” (1 Samuel 17:45-47). La valentía de David no estaba motivada por la arrogancia o la autopromoción, sino por su convicción de que el honor de Dios estaba en juego. Alguien tenía que hacer algo contra la blasfemia del gigante.
La valentía no es una bravuconada externa. La valentía es actuar frente al miedo; es tener miedo de hacer algo y hacerlo de todos modos. El mundo nos ofrece muchas oportunidades para tener miedo. Muchos de esos miedos son amenazas reales para nuestras vidas y familias. No hay nada malo en tener miedo; lo malo es dejar que el miedo condiciona nuestras decisiones. Y ahí es donde entra la valentía. Somos valientes cuando nos recordamos a nosotros mismos todas las promesas de Dios y seguimos en la dirección que Él nos indica. La decisión de obedecer a Cristo en todo, sin importar el costo personal, es el máximo acto de valentía (Lucas 9:23 Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día y sígame)